Mingus

Texto publicado en el fanzine Jazz Gazette.

En pocos jazzmen la conexión entre vida y música es tan intensa como en Mingus. En cualquiera de sus discos, en esas composiciones de acento agitado y perfil sinuoso, habita el Mingus pendenciero, el bullidor y el orgulloso. Como todos los grandes, su raíz firme está en el blues, la madre de todas las músicas negroamericanas. El de Mingus es un blues contemporáneo, donde dolor y sufrimiento tienen a menudo nombres propios de políticos o de simples mamones sin dedicación particular. Un blues donde la ira se escapa entre las aristas de un alma atormentada no sólo por una música, sino por una batalla sin cuartel contra los cretinos y contra sí mismo. Mingus eligió siempre los caminos más difíciles, desde que un día un vecino japonés le enseñó a hacer frente a los chulos a base de patadas sabiamente ubicadas en el cuerpo de la víctima.

Aunque Charles Mingus confraternizó y tocó con todos los monstruos sagrados del bebop (Gillespie, Parker, Monk, Bud Powell), su música en los años de la revuelta bebía más de las aguas del swing tardío o de las experiencias de músicos californianos como Buddy Colette, demasiado personales como para dejarse llevar por corrientes tan profundas, y cuyo eco próximo a lo que no mucho después se conoció como Third Stream (la corriente que se dejó seducir por la música contemporánea europea en diálogo con el jazz) es evidente en los trabajos iniciales del Jazz Workshop. Sus primeros contratos de verdadera importancia son significativos: Armstrong, Lionel Hampton y, en especial, el Red Norvo Trio, la formación que le consagró como contrabajista y compositor de primer orden. Ya por entonces habitaba en él esa pasión por Duke Ellington que le acompañaría toda su vida, y que se vio azuzada por una breve estancia en la orquesta del maestro allá por 1953. Claro que perseguir a Juan Tizol (el trombonista de cuya pluma surgió la inmortal Caravan) por el escenario con un cuchillo de cocina no ha formado nunca parte de los comportamientos más adecuados de un músico de orquesta, por lo que el flemático Duke decidió ponerse serio y mandar a paseo al díscolo contrabajista. Mingus adoró a Ellington hasta el punto de enviarle una sugerente postal musical titulada Open Letter To Duke algún tiempo antes de volver a coincidir con él en ese maravilloso disco de 1962 que se llama Money Jungle. Sin duda es en los trabajos orquestales (ese monumental testamento sonoro en que se convirtió Epitaph, cuyo estreno mundial constituyó uno de los últimos grandes acontecimientos de la historia del jazz) donde esa deuda se aprecia más clara, del mismo modo que la admiración no se dibuja pasiva o en exceso reverente: Mingus critica la inmovilidad de su maestro en muchos momentos de su carrera, al mismo tiempo que le sugiere caminos nuevos por donde renovar su impresionante legado musical. Impertinente, dirían algunos, pero ahí estaba su forma de ser una vez más.

En 1955 Mingus creó su Jazz Workshop, y a partir de entonces se dedicó por entero a su propia música, colaborando en contadísimas ocasiones con otros líderes. En pleno apogeo del hard bop su jazz no se parecía en realidad a ninguno: sólidamente arraigado en la tradición, lanzaba sin embargo dentelladas al futuro cuando, por ejemplo, en mitad de un Wednesday Night Prayer Meeting allá por 1959, la banda comenzaba a aullar al modo que muy poco después lo harían los fieros muchachos del free o como, en realidad, lo habrían hecho siglos antes los esclavos traídos de África. Discos como Mingus Ah-Um, Blues And Roots o las sesiones recogidas en ese doble LP que muchos de nosotros tuvimos como biblia personal de juventud, Nostalgia In Times Square, todos ellos del 59, forman un primer legado mingusiano capaz de otorgarle la inmortalidad por sí solo. En ellos adquiere forma musical extraordinaria el Mingus fiero y el bonachón, el bocazas y el tipo inteligente como pocos, el negro y el mestizo…

La segunda gran revolución del jazz moderno, el Free de Ornette y los suyos, pilló a Mingus dando forma a otro de sus grandes complejos orgánicos: el cuarteto con Eric Dolphy, un músico como él poco dado a las categorías. Mingus tenía una confianza ilimitada en este grupo, al que pulió como pocos (sometiéndole a sus proverbiales durísimas sesiones de ensayos donde casi todas las instrucciones se transmitían oralmente, y muy pocas mediante la notación musical tradicional) y cuentan que incluso llegó a ofrecerse para tocar gratis con él en garitos de segunda fila con tal de poder darle forma definitiva. Charles Mingus Presents Charles Mingus! (1960) recogió tal vez mejor que ningún otro disco la salvaje libertad de este grupo, capaz de enviarle recados no excesivamente amorosos al gobernador fascista Faubus al mismo tiempo que nos dejaba, en What Love, un maravilloso diálogo entre Mingus y Dolphy digno de figurar en las mejores antologías de música de jazz.

Durante buena parte de los 60 Mingus continuó su particular travesía del desierto al margen de modas y estilos, desarrollando su concepto altamente personal de equilibrio entre la composición y la improvisación colectiva, proceso que lideraba desde su contrabajo poderoso y elocuente como pocos. En 1962 se estrelló con un caótico intento de estreno de obra para gran orquesta (Town Hall Concert), interrumpido por unos excesivamente celosos empleados de sala que no dudaron en ponerse a recoger entre los músicos mientras Mingus garabateaba apresuradamente arreglos que la banda habría de tocar en el acto… Un par de buenas peleas con los directivos de Atlantic e Impulse (por firmar contratos sin mirar) le dejaron mal con las discográficas, aunque entre tanto nos hayan permitido preservar para el futuro discos como The Black Saint And The Sinner Lady (1963, una de sus obras más decididamente ellingtonianas) o Mingus Mingus Mingus Mingus Mingus (1963).

Hastiado por sus conflictos permanentes con los directivos de la industria musical, abatido por la imposibilidad de mantener unido un grupo de músicos afines durante más de unos pocos meses y cabreado por los turbios asuntos raciales de la política norteamericana en los 60, Charles Mingus desapareció casi completamente de la escena a finales de la década. Entre 1965 y 70 hay muy pocos testimonios grabados de su actividad musical. Tal vez lo más memorable de aquellos oscuros años sea un vídeo en el que se narra el episodio de su deshaucio del local de estudio y ensayo que poseía en Nueva York. Ahí se le ve tocando en un club junto a varios fieles mingusianos, al mismo tiempo que se interpreta magníficamente a sí mismo realizando entre otras lindezas una demostración a su hijo pequeño de cómo disparar una escopeta ante la presencia de tipos peligrosos, policías o racistas. Todo un padrazo, vamos.

Mingus volvió a primera línea de actividad a principios de los 70. Como casi siempre en estos casos una mujer firme e inteligente (Sue Mingus) le ayudaría hasta su muerte a cuidar un poco más sus asuntos y a hacerse valer en medio de la jungla del dinero. Charles pudo dedicarse entonces de lleno a lo suyo: firmó un nuevo contrato con Atlantic esta vez definitivo y se dedicó a grabar intensamente al mismo tiempo que iba incorporando nuevos músicos a su grupo, en especial el pianista Don Pullen y el saxofonista George Adams, que probaron con creces ser un complemento ideal a la vieja armadura mingusiana que formaban el líder y su fiel escudero Dannie Richmond a la batería. Se permitió también firmar obras deliciosamente inclasificables que desconcertaron a muchos aficionados, como la apasionante Let My Children Hear Music (1971) o Cumbia And Jazz Fussion (1977), que no hacían sino subrayar su compromiso irreductible con la decisión de no seguir otros rumbos que no fueran los marcados por sí mismo. Ya hacia el final de sus días tuvo tiempo de regalarnos Three Or Four Shades Of Blues, un disco de belleza nostágica afeado por el uso de amplificador para el bajo (Mingus sólo lo admitió al final de su vida, y de mala gana) donde velaban casi sus primeras armas gente como John Scofield, otro enamorado del blues. La colaboración en Joni Mitchell-Mingus supuso un canto de cisne tan hermoso que llegó a cambiar la orientación artística de la cantante. Mingus murió al poco tiempo, dejando una gran consternación en el mundo del jazz no sólo entre sus allegados y seguidores, sino también entre los muchos enemigos que tanto le quisieron…

Prisionero de sí mismo pero espíritu libre como pocos, Charles Mingus proporcionó al jazz un legado de orgullo y humanidad cuya llama ha prendido y no tiene trazas de apagarse nunca. Macarra y elegante, bondadoso y cruel, pendenciero e inteligente, egocéntrico y generoso todo ello a un tiempo, su música le retrata y nos retrata un poco a todos, porque en la obra de un artista profundamente humano siempre late un poco el corazón de cada uno. Santos y pecadores a un tiempo, viajamos por este mundo con nuestro contrabajo al hombro, como Charles Mingus viajó por esta tierra sin otro guía que su propio ramillete de pasiones.

Publicado por elcallejondeljazz

(Gijón, 1962) Comencé a interesarme por el jazz a los 13 años. En 1981 me uní a la Asociación de Amigos del Jazz de Valladolid, colaborando en las tareas organizativas del Festival internacional de Jazz y otras actividades como emisiones radiofónicas, charlas de divulgación, publicaciones... A finales de los 80 me incorporé al plantel de colaboradores de El Norte de Castilla como cronista de jazz, publicando regularmente artículos, reseñas y crónicas en el suplemento Artes y Letras, dirigido por Francisco Barrasa. En el otoño de 1990 entré a formar parte del equipo -primero como colaborador y más tarde como redactor- de la revista Cuadernos de Jazz, dirigida por Raúl Mao. A finales de los 90 escribí también para El Mundo -Diario de Valladolid y el bimensual Más Jazz, dirigido por Javier de Cambra. ​En febrero de 1991 me convertí en programador de conciertos del Café España de Valladolid, tarea que desempeñé hasta su cierre en 2009, participando en la realización de más de un millar de conciertos durante el período. ​En 1994 me incorporé al jurado del Concurso de grupos del Festival Internacional de Jazz de Getxo, tarea que he venido desarrollando hasta la fecha. He participado también en la organización de varios ciclos y eventos jazzísticos, como los festivales de Burgos, Palencia, Ezcaray, FACYL de Salamanca, el festival Ahora de músicas creativas de Palencia, el ciclo Son del Mundo de Caja de Burgos o la Red Café Música de Castilla y León. ​Entre 1996 y 99 trabajé como road manager para la agencia Jazz Productions de Barcelona, participando en giras con, entre otros artistas, Johnny Griffin, Kenny Barron, Abbey Lincoln, Phil Woods, Mulgrew Miller, Steve Lacy, Diane Reeves o Jesse Davis. ​Desde 2010 coordino la programación cultural del Café del Teatro Zorrilla de Valladolid, tarea que compaginé durante cinco años con la presentación del ciclo de conciertos Ondas de Jazz de Vitoria, dirigido por Joseba Cabezas. Soy cofundador de la asociación Cifujazz, destinada al mantenimiento del legado de Juan Claudio Cifuentes. Realizo también el podcast radiofónico Dial Jazz.