Sun Ra en Valladolid

Publicado en el portal digital de noticias ÚLTIMO CERO

Resulta que no ha mucho, charlando con alguien más joven que yo (algo que dada mi edad es ya más que habitual) sobre los tiempos en que de vez en cuando se dejaban caer por Valladolid algunas propuestas culturales bastante fuera de lo común, mencioné el inolvidable aterrizaje de las huestes del extraordinario jefe de orquesta Sun Ra, responsable directo de una suerte de vínculo imposible entre el jazz terrestre y las vibraciones cósmicas, o al menos así él lo afirmaba.

​- ¿Sun Ra en Valladolid? ¿De verdad? Increíble.

​Pues sí, así fue. Sucedió a mediados de los 80, en un escenario tan particular como la añeja Sala Borja del Padre Terán, un inolvidable y celoso guardián del templo a medio camino entre la estética de un líder comunista a la vieja usanza y esforzado servidor del Señor. Aquella tarde, sin duda, se vio sometido a una de las grandes pruebas de su dilatada carrera: lidiar con una estrafalaria troupe de jazzeros provenientes del espacio exterior. Lejos de intimidarle, le motivó aún más en su labor. Eso sí, con un punto de perplejidad y mosqueo más que evidentes.

​Sun Ra llegó a Valladolid por iniciativa de la Asociación de Amigos del Jazz, empeñada en traernos por aquí lo más florido del elenco de grandes artistas de jazz que por aquellos 80 visitaba la piel de toro con frecuencia. Y allí apareció, como surgida de la nada, la Arkestra al completo con todos sus pesos pesados: John Gilmore, Marshall Allen, Pat Patrick… y, por supuesto, el inefable Sun Ra al frente, con su aureola de Gran Guru espacial, su atuendo de colorido y brillos múltiples, sus prolongados silencios y su apabullante carisma.

​Confieso que me temblaba hasta la raíz del pelo cuando fuimos a recogerle al hotel, pues si ya de por sí resulta emocionante estrecharle la mano a cualquiera de tus ídolos, más lo es aún si encima éste afirma proceder de un lejano planeta imaginario. Pero ahí estaba el mismísimo Sun Ra, sin trampa ni cartón, embutido en su túnica azul turquesa y mirándonos de forma escrutadora desde lo alto de su aureola sacerdotal. Extraordinario.

​Dicen que la memoria es selectiva; en cualquier caso, me resulta imposible olvidar la catarata de fabulosos acontecimientos que tuvieron lugar aquel día. Para empezar, el Maestro decidió darse una vuelta por su recién conquistada colonia, bajo la muy terrestre excusa de agenciarse una maleta. Y allá nos fuimos unos cuantos, en esotérica procesión, por la Valladolid profunda. Impagable la experiencia de verle -ataviado para la ocasión con la mencionada túnica y un dorado turbante- recorrer la calle Santiago ante la mirada asombrada e incrédula de los viandantes (y especialmente de los más veteranos), que incluso llegaban a detener su paso para comprobar que aquel extraño ser, desafiante y -al igual que la democracia a la que canta Krahe- como ausente, era un tipo real, y no un actor callejero o reclamo publicitario. Pues no: era Sun Ra, escuchando reggae sin tregua a través de unos -no podía ser de otra manera- estilosos cascos espaciales.

​Parada en un emblemático establecimiento próximo a la Plaza Mayor para comprar la deseada maleta. Todos los allí presentes, empleados y clientes, se quedan de piedra al ver entrar a aquella extraña comitiva liderada por un negrote corpulento que parecía sacado de un episodio de Star Trek. Sun Ra, comme d’habitude, no pronuncia palabra y se limita a ojear parsimoniosamente las existencias para, finalmente, elegir un modelo concreto que señala con el dedo índice. Hecha la compra, abandonamos el local ante la perplejidad de los parroquianos. La aparición estelar, sospecho, dará mucho que hablar aquel día.

​En un determinado momento nuestro líder decide que ya ha estado bien de paseo y decide regresar a su nave, no sin antes realizar una última parada en una panadería próxima para comprar yogures. Me ofrezco a llevárselos, pero él rechaza mi ayuda sin miramientos y, ni corto ni perezoso, abre su recién adquirida maleta e introduce los yogures dentro. A fin de cuentas, para eso están las maletas, ¿no?

​La prueba de sonido, ya con toda la banda al completo y convenientemente ataviada para la ocasión, se convierte en un espectáculo surrealista digno de las mejores performances, y sin necesidad de acudir al estímulo lisérgico. Músicos van de un lado a otro, una encantadora bailarina da brincos por aquí y por allá con sus recién compradas zapatillas de baile (de jazz, ¿eh?), y cuando la extravagante turbamulta parece dar por concluida la sesión y se abre ese paréntesis entre el ajuste del sonido y el inicio del concierto, los músicos optan por cambiar el camerino por una visita al bar más próximo, cuyos camareros apenas pueden creer lo que ven: un desfile constante de afroamericanos vestidos de alienígenas que van de un lado a otro apurando consumiciones que en su mayor parte pasan olímpicamente de abonar (dejando esa ingrata labor a nosotros, humildes criaturas terrícolas), o que se turnan al teléfono para pedir long distance calls con sus parientes en Ohio o Kansas, dos de las lunas gemelas de Júpiter.

​Desfecho el entuerto y dispuesto todo el mundo para que empiece el espectáculo, una atiborrada Sala Borja asiste perpleja al momento cumbre: con la sala completamente a oscuras, Pat Patrick se encarama a un gigantesco tambor de dos metros de alto conocido como infinite drum, y lo percute con dos grandes baquetas primitivas: tu tum tu tum tu túm… Ante nuestros asombrados ojos, la escena se va iluminando poco a poco, dejando ver a la Arkestra y su líder y dando así inicio a un concierto indescriptible en el que hubo de todo menos convencionalismos: de Fletcher Henderson a las praderas salvajes del free, de la chanza al misterio, del movimiento al silencio… Nada comparable a cualquier cosa que hubieras visto u oído antes. Para los que conocieron aquel mismo día a Sun Ra una experiencia impagable, para los que buscábamos sus discos y los devorábamos sin pausa, un regalo inmenso. Para el Padre Terán, supongo, un dolor de cabeza más de esos que los trastornaos del jazz (otro día hablaremos de las extrañas pipas de Archie Shepp o de los 100 metros de cable jack y docenas de pollos asados de Albert Collins) le producían de ciento en viento.

​Una vez finalizado aquel que bien podíamos describir como evento iniciático, las recuerdos se hacen más difusos, probablemente por el impacto que aquella música y puesta en escena habían causado en nuestras débiles mentes humanoides: una cena durante la cual Sun Ra sólo abrió la boca para zamparse con parsimonia la comida, y una despedida al día siguiente en la cual pude comprobar la singular veneración que sus músicos sentían por el Gran Guru: vi a uno de ellos atarle servilmente los zapatos.

​Sun Ra se fue como vino, sin decir apenas hola ni adiós, pero tras su paso dejó una huella imborrable para quienes tuvimos la fortuna de estar allí para contarlo. Hace ya tiempo que dejó este pequeño y conflictivo planeta para reunirse con sus pares más allá de las estrellas, dejando aquí para perpetuar su recuerdo a la Arkestra, testimonio de un artista singular e irrepetible que jamás te dejaba indiferente y que, en efecto, se paseó por Valladolid en los tiempos en que, de vez en cuando, seres de luminosa y extraordinaria condición rompían el mismo ritmo pausado, formal y conservador que hoy a muchos nos atenaza y aburre. Space is, simplemente, the place.

Publicado por elcallejondeljazz

(Gijón, 1962) Comencé a interesarme por el jazz a los 13 años. En 1981 me uní a la Asociación de Amigos del Jazz de Valladolid, colaborando en las tareas organizativas del Festival internacional de Jazz y otras actividades como emisiones radiofónicas, charlas de divulgación, publicaciones... A finales de los 80 me incorporé al plantel de colaboradores de El Norte de Castilla como cronista de jazz, publicando regularmente artículos, reseñas y crónicas en el suplemento Artes y Letras, dirigido por Francisco Barrasa. En el otoño de 1990 entré a formar parte del equipo -primero como colaborador y más tarde como redactor- de la revista Cuadernos de Jazz, dirigida por Raúl Mao. A finales de los 90 escribí también para El Mundo -Diario de Valladolid y el bimensual Más Jazz, dirigido por Javier de Cambra. ​En febrero de 1991 me convertí en programador de conciertos del Café España de Valladolid, tarea que desempeñé hasta su cierre en 2009, participando en la realización de más de un millar de conciertos durante el período. ​En 1994 me incorporé al jurado del Concurso de grupos del Festival Internacional de Jazz de Getxo, tarea que he venido desarrollando hasta la fecha. He participado también en la organización de varios ciclos y eventos jazzísticos, como los festivales de Burgos, Palencia, Ezcaray, FACYL de Salamanca, el festival Ahora de músicas creativas de Palencia, el ciclo Son del Mundo de Caja de Burgos o la Red Café Música de Castilla y León. ​Entre 1996 y 99 trabajé como road manager para la agencia Jazz Productions de Barcelona, participando en giras con, entre otros artistas, Johnny Griffin, Kenny Barron, Abbey Lincoln, Phil Woods, Mulgrew Miller, Steve Lacy, Diane Reeves o Jesse Davis. ​Desde 2010 coordino la programación cultural del Café del Teatro Zorrilla de Valladolid, tarea que compaginé durante cinco años con la presentación del ciclo de conciertos Ondas de Jazz de Vitoria, dirigido por Joseba Cabezas. Soy cofundador de la asociación Cifujazz, destinada al mantenimiento del legado de Juan Claudio Cifuentes. Realizo también el podcast radiofónico Dial Jazz.