
Hace unos meses hablamos en este mismo espacio del estupendo documental The Sound Of Jazz, y hoy vamos a referirnos a otro testimonio extraordinario de la filmografía jazzística: Jammin’ The Blues, un cortometraje de 1944 resultado de la iniciativa del productor Norman Granz y el fotógrafo Gjon Mili. La idea de Granz era grabar una suerte de jam session protagonizada por alguno de los componentes de la orquesta de Count Basie, y en especial su admirado Lester Young, aprovechando una residencia de la orquesta en Los Angeles en el verano de dicho año. Hacía falta encontrar quien patrocinase el proyecto, y el inquieto y tenaz productor le fue con la idea a Warner Bros., que no se mostró en principio demasiado entusiasta, pero acabó dando el sí.
La estructura de la filmación no podía ser más simple: con una duración de algo más de 10 minutos, recogería interpretaciones en directo en el más característico e informal estilo de una jam, sin grandes alharacas o espectáculo, una de las causas que explican la reticencia inicial de la Warner, más proclive a incluir algún número de baile o vocal con escenografía llamativa, al estilo de muchos soundies musicales de la época. Hubo que negociar al respecto, y finalmente se incluyó en el metraje final una aportación de la vocalista Marie Bryant y el bailarín y coreógrafo Archie Savage.
Cuando por fin la orquesta de Basie llego a Los Angeles, varios músicos de la misma, junto con otros jazzmen locales, acudieron al estudio de la Warner en Burbank para comenzar la grabación del proyecto: ahí estaban Lester, Harry Sweets Edison, Dickie Wells y Jo Jones. Además de ellos, aparecen el saxofonista Illinois Jacquet, Marlowe Morris al piano, el guitarrista Barney Kessel, los bajistas Red Callender y John Simmons y el batería Big Sid Catlett, además de los mencionados Savage y Marie Bryant. Se grabó una generosa cantidad de música, de hecho bastante más de la estrictamente necesaria para la duración estimada del cortometraje, por lo que Granz y Mili tuvieron que dedicar un tiempo a hacer un cribado y seleccionar el material que sería finalmente incluido.
El proceso de producción no estuvo carente de tensiones. Una de ellas, ciertamente absurda a nuestros ojos, fue la inclusión de un único músico no afroamericano en el elenco: el guitarrista Barney Kessel. A la Warner no le parecía oportuna su presencia -intuyo que no tanto por una cuestión racial sino por “homegeneizar” el aspecto de los participantes- , y era partidaria de que se utilizara a un guitarrista negro en su lugar. Pero Granz defendió con decisión a su elenco, y la fórmula de compromiso consistió en utilizar una iluminación más tenue y sombría en los planos en los que Kessel aparecía, o en su caso mostrar tan sólo sus manos actuando sobre el mástil de la guitarra.
Finalmente, Jammin’ The Blues incluyó tres números musicales: dos blues y una versión cantada por Bryant de On The Sunny Side Of The Street. En ellos destaca, muy significativamente, la aportación de Lester Young, de nuevo en el redil de su antiguo jefe Basie tras varios años intentando labrase una carrera como líder. Su cautivadora imagen, pork-pie hat en lo alto y saxofón en escorzo entre virutas de humo, es uno de los más grandes logros visuales de este film. Ahí mostró muy bien su talento Gjon Mili, con una fotografía maravillosa, francamente avanzada para su tiempo, que realza el mood particular de la sesión con ese componente mágico añadido que siempre tiene el blanco y negro. Mili echó mano también de algunos recursos llamativos, como la aparición y desaparición del grupo durante uno de los solos de Lester, así como toda una variada gama de enfoques singulares, cuidadas iluminaciones con juego de efectos y contrastes… Un prodigio visual que supone, sin duda, uno de los grandes valores de la película.
Como punto final esta historia, Jammin’ The Blues se estrenó a finales de ese mismo año 1944, consiguiendo un éxito inmediato: su nominación para los premios de la Academia en la categoría de Mejor Cortometraje. Pero su importancia no radica tan sólo en sus logros cinematográficos o musicales, que son evidentes, sino en su acierto para mostrarnos esa cara íntima del proceso creativo del jazz, alejada de los grandes focos y de la tendencia al gigantismo de muchas producciones musicales del momento. Una nueva era del jazz estaba llamando a la puerta, y este hermoso testimonio visual de Granz y Mili tuvo la clarividencia de mostrar ese momento tal cual, sin trampa ni cartón-piedra.