
Corría el mes de noviembre de 1997, una fecha que nunca olvidaré ya que durante una inolvidable semana tuve la oportunidad de acompañar al gran Johnny Griffin durante una minigira por tierras castellanas y leonesas, algunos de cuyos aconteceres ya os los he narrado en la entrada En la carretera con Johnny Griffin, de este mismo blog. Esto viene a cuento porque, al preguntarle por un acusado dolor de espalda que le torturó un tanto durante aquellos días, me contestó:
– Cogí frío el otro día, durante el entierro de Francis Paudras. Hacía de bigote…
– ¿Paudras? ¿Ha muerto?
– Sí, se suicidó el tío.
Así me enteré de la desaparición de un personaje en buena medida emblemático en ese mundo tan singular y lleno de romanticismo que rodea a la vida del jazz: el de los conocidos como jazz guys: gentes que viven su pasión por esta música sin haberse subido nunca a un escenario para tocar, pero que siempre están ahí: en los conciertos, aguardando pacientemente en hoteles, clubs y restaurantes para charlar con sus admirados héroes, los músicos, en todo momento dispuestos a acompañarles o ayudarles en lo que sea necesario, a escucharles y darles conversación o apoyo cuando lo necesiten… Gary Bartz los definió muy certeramente como “músicos sin instrumento”: pueden saber tocar o no, pero conocen a la perfección los secretos -escritos o no- del jazz como si realmente fueran uno más de la profesión.
Paudras era uno de ellos, aunque en su caso habría que matizar que él si sabía tocar, y se defendía sobradamente al piano, como demuestran algunos vídeos caseros. Provenía de la localidad francesa de Chilly-Mazarin, donde vio la luz en 1935. Estudió piano clásico, pero cuando en 1958 se trasladó a París y entró en contacto directo con el jazz y la música de Bud Powell se abriría un nuevo y apasionante capítulo en su vida y preferencias artísticas. Francis y Bud entablaron una gran amistad en la que se unían lo musical y lo humano. Mientras, Paudras intentaba abrirse paso como pianista amateur y diseñador, además de ocuparse de los asuntos profesionales de un Powell en la fase final de su vida y acosado por su adicción al alcohol y los demonios que habitaban en su mente.
Esta relación con Powell inspiró al cineasta Bertrand Tavernier a la hora de perfilar el personaje interpretado por François Cluzet en Alrededor de la medianoche, para mí una de las más hermosas y certeras películas en torno a la vida del jazz que se hayan filmado nunca. En ella, Dexter Gordon lo borda (de hecho, estuvo nominado al Óscar por su interpretación) dando vida a Dale Turner, una especie de síntesis entrañable entre Powell y Lester Young. La naturaleza del vínculo entre ambos está descrita con todo acierto: la admiración infinita que conduce a volcarse en la amistad con alguien cuyo estilo de vida poco o nada tiene que ver con el de la mayoría: libre y sin ataduras, ausente de compromisos, impregnado de un carpe diem que, en el caso de Bud Powell, se veía intensificado por sus problemas de salud mentales y sus adicciones. En no pocas ocasiones, la fortaleza de estos vínculos hace que gente como Paudras llegaran incluso a pagar considerables peajes personales: problemas de pareja o familiares, descuido o abandono de sus compromisos laborales, cuando no han tenido que lidiar, en los casos más extremos, con líos derivados del comportamiento, no siempre predecible y algo errático, de personalidades que parecen surgidas de un relato romántico.
Francis acompañó a Powell cuando éste, tras convivir con su esposa e hija, decidió volver a Nueva York a escribir la última página de su diario. La extraordinaria experiencia vivida junto a él le impulsó a escribir el libro Dance Of The Infidels, además de recopilar material inédito del pianista que acabaría siendo publicado en CD. En los 60 se hizo con una antigua villa de al parecer origen templario, que restauró y pasó a convertir en sede de su impresionante colección de discos de jazz y refugio ocasional de muchos músicos de paso por tierras galas, como Herbie Hancock o Gil Evans. Además de su apasionante libro sobre Powell, Paudras tiene la autoría, junto a Chan Parker, de To Bird With Love, editado en 1981 y dedicado a la memoria de Charlie Parker. Su muerte, colofón a un imparable proceso depresivo, fue acelerada por una cruda disputa en torno a un tema de impuestos con el Estado francés, que amenazó con incautar toda su colección.
La historia del jazz abunda en estos singulares jazz guys, y también jazz girls, como la baronesa Pannonica de Koenigswarter, de quien hablaremos también en su día, y que entregó buena parte de sus energías y su tiempo a sus amigos los músicos, los creadores de un arte intenso y vivo como pocos. Ella y gentes como ella, presentes tanto en la crudeza de la soledad como en el regocijo de los buenos momentos, actores secundarios pero imprescindibles de la vida del jazz.