
Se dice con frecuencia que, en esta época de imperio de la imagen pública, «aquello que no aparece en los medios, simplemente, no existe». Dejando aparte las implicaciones de todo tipo que esta afirmación pueda suponer, lo cierto es que buena parte de la información que poseemos nos llega a través del poderoso emisor que son los medios de comunicación, y especialmente la televisión. Y eso sin contar su enorme capacidad para crear modas, tendencias y moldear gustos y opiniones. A veces tiene uno la sensación de que contemplamos el mundo que nos rodea más a través de una pantalla que con nuestros propios ojos… En fin, que todo esto sirve para concluir que la «visibilidad» de las cosas en nuestra sociedad depende en buena medida de que éstas resulten convenientemente mostradas y amplificadas a través de los medios. Si esto no es así, pasarán desapercibidas para una gran mayoría, con la excepción de los particularmente inquietos y curiosos, que siempre los hay y los habrá.
Para una música como el jazz, que se mueve en un mundo pequeño y que siempre ocupa un “honroso” lugar entre los géneros musicales menos apreciados por los españoles, cualquier lugar al sol de los medios es esencial. No se puede apreciar lo que se desconoce (sí que es sencillo, por contra, despreciarlo), y en este sentido la promoción resulta fundamental. Programas de radio y TV, publicaciones y revistas, páginas web, podcasts, blogs… Cualquier cosa es poco para hacer que el jazz y las músicas creativas asomen un poco la cabeza en este mundo de propuestas culturales y de ocio infinitas… Recuerdo cuando era un chaval y escuchaba con mi radio Sanyo color naranja y un audífono las emisoras nocturnas de RNE que realizaba Paco Montes, anotando cuidadosamente en un cuaderno los nombres de aquellos músicos -por entonces desconocidos para mí- para recordarlos y buscarlos luego en las tiendas de discos… Han pasado muchos años y el jazz sigue siendo una rareza en los medios. Ninguna de las dos grandes cadenas de televisión públicas posee espacios regulares dedicados a las músicas creativas o de raíz (incluido, escandalosamente, el flamenco, la principal aportación española a la cultura musical del mundo), relegando su presencia a momentos concretos (festivales, conciertos especiales), horarios imposibles (muy de madrugada) o canales temáticos poco transitados o de pago. Un poco más de caso hace la radio pública, y muchas emisoras locales le dedican espacios más o menos modestos, a menudo gracias al empeño de aficionados irreductibles y entusiastas.
El tema de la prensa diaria merece un capítulo aparte. Hasta hace unos años las principales cabeceras del país, y no pocas de las regionales o locales, contaban en su nómina con firmas especializadas en distintos géneros musicales: jazz, clásica, pop-rock… Uno ha crecido leyendo y admirando las crónicas de gente como José Ramón Rubio, Javier de Cambra, Xabier Rekalde, Miquel Jurado, Federico González, Pedro Calvo… y un grupo inolvidable de expertos que, cada uno con su personalidad, tenían en común el conocer muy bien el terreno que pisaban. Por desgracia, a día de hoy sus continuadores (lamentablemente algunos de aquéllos ya no están con nosotros o no se cuenta con ellos) tienen que afrontar una situación muy diferente, que oscila entre la nada absoluta y una cierta vergüenza torera, de modo que cada día les resulta más difícil publicar en condiciones, incluso en los apartados digitales. La excusa parece ser siempre la misma: esto no interesa, necesitamos likes, no hay espacio… Si a ello unimos que -en un contexto general de degradación de las páginas culturales de los periódicos y su sustitución por curiosos remedos entre la crónica social y la promoción descarada de espectáculos de vocación mayoritaria- las firmas especializadas han sido reemplazadas por otras a las que se les encarga escribir un poco de todo, tengas o no conocimiento de lo que dices, o simplemente suprimidas, ya tenemos los elementos para describir una situación bastante triste que, a pesar del pensamiento positivo que siempre me gusta defender, me temo ha llegado para quedarse, como el amor de los Gershwin…
En cuanto a las revistas de jazz en España, hoy prácticamente desaparecidas, han tenido tradicionalmente que pelear con una invencible escasez de lectores, y su labor ha sido muy importante para apoyar la visibilidad del jazz (de internet ya hablaremos en el próximo capítulo…). Simplemente, baste decir que si nunca mantener en pie financieramente una revista de jazz fue tarea fácil (y nos olvidamos de la expresión “negocio rentable”), mucho menos lo es ahora, en estos tiempos en los cuales lo escrito parece ceder irremisiblemente terreno frente a la inmediatez y tiranía de lo digital.
Todo esto repercute en que el jazz siga siendo un género en buena medida desconocido para la mayoría de la gente, a lo que se une su presencia escasa o nula en los planes de estudio musicales de colegios e institutos. Puestas así, las cosas son muy difíciles: hace falta un apoyo de los medios a músicas que se mueven por un carril diferente al de los grandes circuitos de la industria cultural, y principalmente ese impulso debería ser público. Y ese apoyo no solo es necesario sino merecido, porque su valor y riqueza cultural suponen un patrimonio que hay que defender frente a la dictadura de lo banal y del producto efímero de usar y tirar. Que en nuestra televisión pública se hable más de los noviazgos de cantantes melódicos de moda juvenil que de Coltrane, Agujetas o Stravinski es una señal contundente de la pobreza cultural de los tiempos presentes.